El desprecio a las humanidades, una 'tradición' española
ÁNGEL DÍAZ
Los recientes programas de modernización de la Universidad española han tenido en común el querer hacerla más competitiva y más anglosajona, con un modelo de docencia y relaciones con la empresa que nos acerque a las grandes instituciones de Estados Unidos y el Reino Unido.
Pero la necesaria modernización a marchas forzadas podría hacernos olvidar algo que es una seña de identidad fundamental en Yale, Oxford y cualquier otro templo del saber que se precie: su clasicismo, al menos en cuanto a su concepción del saber y el estudio.
El culto al conocimiento por sí mismo y la devoción por las manifestaciones artísticas y culturales son condiciones que se dan por supuestas en las mejores universidades del mundo. En España, sin embargo, parecen quedarse siempre en un segundo plano, como si fueran incompatibles con la productividad y la eficacia. ¿Cuál es el secreto de los centros de élite para combinar la excelencia innovadora con un fuerte apoyo a las artes y las letras?
Lo cierto es que, si bien las universidades españolas no pueden disponer de las grandes cantidades de dinero que poseen las instituciones anglosajonas de élite, los expertos se muestran de acuerdo en que el aprecio social y académico por las humanidades también está aquí mucho más devaluado. «Ese desprecio es una cosa mucho más española», considera Arantza de Areilza, decana de Humanidades de la Universidad IE. «Ha pasado porque tenemos carreras muy especializadas; en otros sistemas, las humanidades son obligatorias y son la base común a todas las áreas».
El propio sistema americano, muy distinto al nuestro, favorece que se potencien los estudios clásicos, ya pueden ser, incluso, económicamente provechosos. «Mucha gente que da su dinero, como particulares o fundaciones, a una Universidad, lo da precisamente porque ahí están las buenas humanidades», explica Alejandro Llano, profesor de Filosofía en la Universidad de Navarra.
«Yo no daría dinero a una Universidad que me dice que los chicos que estudian ahí van a ganar mucho dinero y a ser grandes empresarios», remacha.
Los 'endowments' [dotaciones económicas] de las grandes universidades de EEUU permiten costear programas e institutos de humanidades de primera fila, sin la necesidad de buscar financiación extraordinaria ni la preocupación por contar con suficiente número de alumnos, ya que estas materias se imparten muchas veces como parte de un programa interdisciplinar.
«En la Escuela de Gobierno de Harvard no se limitan a estudiar códigos; también leen a los clásicos, y eso está muy bien visto», comenta Llano. En este sentido, Montserrat Iglesias, vicerrectora de Comunicación de la Carlos III, recuerda que en su universidad todos los alumnos, incluidos los de áreas supuestamente más alejadas, como la ingeniería, están obligados a cursar un mínimo de créditos en humanidades.
Además, estas materias son las más demandadas por los estudiantes de cualquier carrera como suplemento al título, es decir, una serie de créditos que se cursan al margen de la carrera y son homologables a nivel europeo.
Pero la interdisciplinariedad no sólo es una posible tabla de salvación para nuestras maltrechas humanidades; también es algo que está en el corazón mismo de lo que significa la educación superior.
«No es un servicio a la empresa, ni formación para profesionales, ni educación cívica; tiene todas esas funciones, pero la Universidad no es sólo eso», afirma Llano. Por ello, de acuerdo con este profesor, «el tener buenas humanidades no es sólo una cuestión de utilidad, sino de principios».
Sin embargo, los saberes clásicos y el mundo del dinero no están tan enfrentados como se suele pensar. De Areilza indica que las empresas demandan cada vez más a sus directivos tengan creatividad, espíritu crítico y sepan estar con personas de otras culturas. Todos ellos son saberes tradicionalmente asociados a la Universidad y las letras y que una formación puramente práctica y orientada a objetivos profesionales no puede aportar. «Gran parte de todo lo relativo a la empresa es de carácter humanístico», apunta Llano. «De hecho, eso es lo que distingue a las grandes empresas de las que no lo son», concluye.
Junto a la falta de fe en la utilidad práctica de las humanidades, también nos separa de las universidades potentes la consideración que se tiene a los grandes hombres de letras, aunque también hay que tener en cuenta que en estas instituciones los departamentos de Humanidades son muy exigentes, y no imparten las asignaturas que aquí a menudo se desprecian como 'marías'. «Sólo en España te miran con cierta conmiseración si eres filósofo», lamenta Llano.
Esta circunstancia también se debe a que los profesores de humanidades anglosajones «no están en su torre de marfil; el carácter transdisciplinar y su contacto con el mundo contemporáneo son constantes», relata Iglesias. Si una institución educativa quiere tener algo que decir -y que la escuchen- sobre los grandes problemas del mundo, desde la crisis económica hasta el hambre, necesita intelectuales y departamentos de peso. Y eso es algo que todos los grandes centros tienen muy claro.
El propio Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), asociado tradicionalmente -como su propio nombre indica- a la innovación científica, ofrece más estudios de humanidades que de ninguna otra área. Allí se estudia música, teatro, literatura o incluso cooperación internacional al más alto nivel, junto a ramas más extendidas como la filosofía y las ciencias sociales.
«En EEUU no se concebiría una gran universidad sin unas escuelas de Artes y Humanidades sólidas», apunta Areilza. Monstserrat Iglesias, por su parte, insiste en la necesidad de «no separarse nunca de la reflexión sobre el mundo contemporáneo», lo que aporta relevancia y reconocimiento social.
Así, algunas grandes universidades de EEUU, incluido el mencionado MIT, ya han puesto en marcha programas específicos dedicados a estudiar la amenaza de una guerra nuclear, al hilo del conflicto diplomático con Irán. En el caso de Harvard, por ejemplo, el programa 'Managing the atom' ('Controlando el átomo') asume un punto de vista totalmente interdisciplinar, aunando los aspectos científicos, políticos, sociales y económicos del problema.
El culto al conocimiento por sí mismo y la devoción por las manifestaciones artísticas y culturales son condiciones que se dan por supuestas en las mejores universidades del mundo. En España, sin embargo, parecen quedarse siempre en un segundo plano, como si fueran incompatibles con la productividad y la eficacia. ¿Cuál es el secreto de los centros de élite para combinar la excelencia innovadora con un fuerte apoyo a las artes y las letras?
Lo cierto es que, si bien las universidades españolas no pueden disponer de las grandes cantidades de dinero que poseen las instituciones anglosajonas de élite, los expertos se muestran de acuerdo en que el aprecio social y académico por las humanidades también está aquí mucho más devaluado. «Ese desprecio es una cosa mucho más española», considera Arantza de Areilza, decana de Humanidades de la Universidad IE. «Ha pasado porque tenemos carreras muy especializadas; en otros sistemas, las humanidades son obligatorias y son la base común a todas las áreas».
El propio sistema americano, muy distinto al nuestro, favorece que se potencien los estudios clásicos, ya pueden ser, incluso, económicamente provechosos. «Mucha gente que da su dinero, como particulares o fundaciones, a una Universidad, lo da precisamente porque ahí están las buenas humanidades», explica Alejandro Llano, profesor de Filosofía en la Universidad de Navarra.
«Yo no daría dinero a una Universidad que me dice que los chicos que estudian ahí van a ganar mucho dinero y a ser grandes empresarios», remacha.
Los 'endowments' [dotaciones económicas] de las grandes universidades de EEUU permiten costear programas e institutos de humanidades de primera fila, sin la necesidad de buscar financiación extraordinaria ni la preocupación por contar con suficiente número de alumnos, ya que estas materias se imparten muchas veces como parte de un programa interdisciplinar.
«En la Escuela de Gobierno de Harvard no se limitan a estudiar códigos; también leen a los clásicos, y eso está muy bien visto», comenta Llano. En este sentido, Montserrat Iglesias, vicerrectora de Comunicación de la Carlos III, recuerda que en su universidad todos los alumnos, incluidos los de áreas supuestamente más alejadas, como la ingeniería, están obligados a cursar un mínimo de créditos en humanidades.
Además, estas materias son las más demandadas por los estudiantes de cualquier carrera como suplemento al título, es decir, una serie de créditos que se cursan al margen de la carrera y son homologables a nivel europeo.
Pero la interdisciplinariedad no sólo es una posible tabla de salvación para nuestras maltrechas humanidades; también es algo que está en el corazón mismo de lo que significa la educación superior.
«No es un servicio a la empresa, ni formación para profesionales, ni educación cívica; tiene todas esas funciones, pero la Universidad no es sólo eso», afirma Llano. Por ello, de acuerdo con este profesor, «el tener buenas humanidades no es sólo una cuestión de utilidad, sino de principios».
Sin embargo, los saberes clásicos y el mundo del dinero no están tan enfrentados como se suele pensar. De Areilza indica que las empresas demandan cada vez más a sus directivos tengan creatividad, espíritu crítico y sepan estar con personas de otras culturas. Todos ellos son saberes tradicionalmente asociados a la Universidad y las letras y que una formación puramente práctica y orientada a objetivos profesionales no puede aportar. «Gran parte de todo lo relativo a la empresa es de carácter humanístico», apunta Llano. «De hecho, eso es lo que distingue a las grandes empresas de las que no lo son», concluye.
Junto a la falta de fe en la utilidad práctica de las humanidades, también nos separa de las universidades potentes la consideración que se tiene a los grandes hombres de letras, aunque también hay que tener en cuenta que en estas instituciones los departamentos de Humanidades son muy exigentes, y no imparten las asignaturas que aquí a menudo se desprecian como 'marías'. «Sólo en España te miran con cierta conmiseración si eres filósofo», lamenta Llano.
Esta circunstancia también se debe a que los profesores de humanidades anglosajones «no están en su torre de marfil; el carácter transdisciplinar y su contacto con el mundo contemporáneo son constantes», relata Iglesias. Si una institución educativa quiere tener algo que decir -y que la escuchen- sobre los grandes problemas del mundo, desde la crisis económica hasta el hambre, necesita intelectuales y departamentos de peso. Y eso es algo que todos los grandes centros tienen muy claro.
El propio Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), asociado tradicionalmente -como su propio nombre indica- a la innovación científica, ofrece más estudios de humanidades que de ninguna otra área. Allí se estudia música, teatro, literatura o incluso cooperación internacional al más alto nivel, junto a ramas más extendidas como la filosofía y las ciencias sociales.
«En EEUU no se concebiría una gran universidad sin unas escuelas de Artes y Humanidades sólidas», apunta Areilza. Monstserrat Iglesias, por su parte, insiste en la necesidad de «no separarse nunca de la reflexión sobre el mundo contemporáneo», lo que aporta relevancia y reconocimiento social.
Así, algunas grandes universidades de EEUU, incluido el mencionado MIT, ya han puesto en marcha programas específicos dedicados a estudiar la amenaza de una guerra nuclear, al hilo del conflicto diplomático con Irán. En el caso de Harvard, por ejemplo, el programa 'Managing the atom' ('Controlando el átomo') asume un punto de vista totalmente interdisciplinar, aunando los aspectos científicos, políticos, sociales y económicos del problema.
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